divendres, 13 d’abril del 2018

Nosotros entre pinceles


Abro la puerta, respiro el aire viciado de la sala y entro a cámara lenta. No sé quién estará a estas horas trabajando en la decoración, pero yo estoy aquí porque llegaba tarde a clase y he preferido no ir y encerrarme entre botes de pintura, pegamento y papel. Por un lado me alegra no estar sola, pues me noto animada y con ganas de hablar por hablar. Pero por otro lado, el hecho de encontrar las luces encendidas me ha provocado una ligera decepción. ¿Puede que incluso algo de enfado? Esta sala, con el intenso olor a cartón y pintura, es mi escapada de la rutina, un pequeño paraíso mal ventilado donde puedo abstraerme y cantar a pleno pulmón. Donde puedo sacar una parte de mi que me gusta. Pero eso solo sucede si estoy sola aquí, si finjo que se trata de un plano paralelo a la realidad del día a día.

Después de la charla insustancial y de pasearme por la sala buscando algo que hacer, la chica que estaba en la sala se marcha y me acerco al rincón donde guardo mis dibujos. En realidad dibujo fatal, pero los milagros que se consiguen de calcar con un proyector le suben el autoestima artística a cualquiera. Me llevo el papel de mural con el dibujo repasado en negro al centro de la estancia y decido que pintar en el suelo será la mejor opción. Las mesas están repletas de los proyectos de los demás, y mi "proyecto" es demasiado grande como para pintarlo bien encima de una mesa abarrotada de una infinidad de trozos de cartón, figuras a medio hacer con papel maché, recortes de papel de mural, y como no pueden faltar, media docena de pinceles sucios que nadie se ha dignado a recoger y limpiar.

Me acerco al tarro con los pinceles limpios y escojo dos, uno medianito-grande y uno pequeño para cuando tenga que hacer los márgenes apurados sin salirme de la línea. Escojo los colores que usaré hoy: azul, negro, naranja, amarillo y blanco. Casi no queda blanco, pero lo bueno de estar sola en la sala es que nadie te lo va quitar a medio usar y te lo devolverá vacío (o peor aún, no lo devolverá). En realidad el blanco solo lo quiero por si se me va la mano oscureciendo el azul.

Sólo agarrar el pinzel me produce una oleada de felicidad y calma. Después de tres meses viniendo casi a diario varias horas por aquí, noto el pincel como una extensión natural de mi mano. Me abstraigo del mundo tan sólo con untar el pincel en la pintura espesa y oír los primeros compases de "Sparks Fly".

Los minutos pasan como segundos, y antes de que me dé cuenta es la hora de fin de clase, lo que significa que se pasarán por aquí durante la siguiente hora un grupo heterogéneo y casi inútil de personas que vienen a cumplir con sus horas obligatorias semanales. No harán mucho más que hablar (de lo que sea y entre quien sea), dar vueltas buscando algo que hacer y remover prácticamente todos los trabajos a medio hacer para o criticarlos o preguntar qué representa que es aquello. 
Hoy no he sido lo suficientemente rápida, y me doy cuenta de mi situación cuando la puerta ya se ha abierto. Tengo las manos manchadas de pintura, así que tengo dos alternativas: la primera es intentar sacarme los cascos sin mancharme la cara ni el pelo, y claramente tampoco los cascos; la segunda opción es levantarme del suelo, lavarme las manos, encontrar algo con qué secármelas y luego quitarme los cascos y parar la música.  Me decido por la opción tres, que consiste en rendirme ante la imposibilidad de hacer nada al respecto y sigo a mi rollo con la pintura. 

No es hasta que noto a alguien detrás de mí que entiendo quién es el que ha llegado tan rápido a la sala. Apoyo mi espalda contra sus piernas, pero sigo a lo mío procurando no fastidiar el efecto que le estoy dando a las escamas. De pronto las piernas desaparecen y pierdo el equilibrio, apoyando una mano peligrosamente cerca de una estrella de mar acabada de pintar. Lanzo una mirada asesina tirando el cuello hacia atrás, pero no veo a nadie por encima de mi cabeza. Como sigo con la música a tope rebotando en mis tímpanos no oigo las risitas que seguro que se estará hechando, y continuo con el dibujo.
Menos de treinta segundos después alguien me abraza por detrás y me besa la nuca, lo que me deja aún más parada de lo que he estado las últimas veces que nuestras pieles se han puesto en contacto. No sé que se supone que debo hacer, y noto como un tic-tac resuena cada vez más fuerte en mi cerebro. Es mi turno de hacer movimiento, pero no se me ocurre ninguno que no sea quitarme un auricular restregando mi oreja por su brazo. 

To be continued...